Mi muy querido amigo. Te escribo este imeil desde Barcelona, a donde acabo de llegar después de un placentero viaje en AVE durante el que he leído (más bien, devorado) dos terceras partes de tus “Cuentos para Ita”. Ya hablaremos más despacio y “en vivo” sobre esta tu aventura literaria que me tiene fascinado. Sí quiero hacer alguna observación (por alusiones), sin esperar a terminar la lectura, sobre el papel que mi... (nuestra) “Cuatro Lunas” ha jugado en la historia, ciertamente extraordinaria, que relatas en los dos primeros cuentos.
En ninguna de las acepciones que del vocablo “Señal” aparecen en el DRAE, incluida la 6ª (“Indicio o muestra inmaterial de algo”) y la 11ª (“Prodigio o cosa extraordinaria y fuera del orden natural”) se aprecia vestigio alguno de que la señal no sea otra cosa mas que una marca provocada por algún acontecimiento pasado o una advertencia, que sirve para mostrar o prevenir algún suceso por venir. Quiero poner énfasis en que una señal no es causa ni origen de acaecimiento alguno, no lo provoca. La señal es inocente, es tan sólo el mensajero sobre quien no se debe descargar la culpa del mensaje que trae. Por eso me ha aliviado en extremo que, en tu relato, hayas aclarado ¡Por fin! Que “Cuatro Lunas” no debe ser declarada culpable de maleficio alguno o de haber ejercido influencia nefasta en tu vida sentimental.
No lo tenía yo muy claro. Gracias por desvelar el misterio.
Un abrazo fuerte, fuerte. Pepe.
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