Estimado maestro Temes: Comencé leyendo el libro simplemente porque he seguido muchos de sus conciertos y asistido a muchas de sus conferencias, pero no me lo imaginaba a usted escribiendo una novela. Pero conforme me fui metiendo en ella, comprobé que al fin encontraba escrito aquello que durante mis ya muchos años había sido mi pensamiento más oculto: ¿por qué la Humanidad se empeña en crucificar cualquier amor que pueda surgir paralelamente a nuestro matrimonio (bueno, o noviazgo, o lo que los jóvenes quieran llamarlo ahora)?
Si usted me viera hoy, hecha ya casi una viejecita, escribiendo sobre los hombres… Pero yo también fui joven, y luego menos joven. He tenido dos grandes amores en mi vida (dos parejas, como ahora se dice) y los dos quisieron hacer de mí su marioneta. Quizá no lo hicieron con mala intención. Yo sólo les pedí un poquito de libertad, a lo que ningún hombre de orgullo varonil está dispuesto. En el fondo todos los hombres llevan un Otello en su DNI. Y he sido muy infeliz porque ambos me dejaron y ambos prefirieron arruinar mi vida antes que permitirme un tanto así de libertad.
Por eso su libro me ha conmovido. Para quienes nos hacían creer que éramos unas libertinas, o cosas peores, encontrar un alma gemela como usted nos hace recuperar la autoestima. Casi le diría que su libro me ha ayudado a encontrar la paz.
Sé que no puedo pedírselo y que es usted un director de orquesta de fama y estará muy ocupado, pero si quisiera usted hacer feliz a una viejecita, le aseguro que se ganaría el cielo si me pudiera dedicar un cuarto de hora de su vida y pudiéramos quedaros citados un cuarto de hora. Me encantaría conocerle personalmente y estrechar la mano de alguien a quien he aplaudido tantas veces al frente de las orquestas. (…)
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